domingo, 1 de mayo de 2011

Los lavarropas, las modas y la sinceridad

     Los '90, y particularmente la globalización, no fueron bienvenidas en el seno de mi casa. Recuerdo de esos años algunas penurias económicas, unas cuántas políticas, y una visión que todavía comparto con mis padres: el desastre cultural. Después de varios años, hoy seguimos cuesta arriba tratando de reencontrarnos con lo que somos como pueblo, no sin antes preguntárnoslo.
      Mis viejos, en una de esas, no hacían un sólido análsis sociológico, pero sus experiencias de vida les alcanzaban para llegar a semejante conclusión y consecuente enérgico repudio explícito, y no sin razón (aunque a veces la indignidad provocara ciertos desbordes de incoherencia, cuestión que a veces sigue sucediendo). Era la época en donde todo parecía al alcance de la mano, y todo estaba dado para llamar la atención, en desmedro de las costumbres criollas, de todo tipo. De empezar a usar palabras en inglés, y de encontrarnos que una hamburguesería era capaz de entregarle a los niños la felicidad en una caja. De que los autos empezaban a venir con cualquier forma y Disney quedaba a 15 minutos. Por suerte ninguna esas características, ni muchas otras, hicieron carne en mí. Principalmente por ellos, y por mis abuelos, que seguían con sus costumbres argentinas a cuestas. Y porque inconscientemente entendí que mi vida no era la de "Chiquititas" ni "Magic Kids" sino pateando una "Caprichito" en la cortada de Lanús Oeste de la infancia.
     Hablaba de las costumbres argentinas de mis antecesores, y pienso que las mismas definitivamente iban (y van) acompañadas de una profunda carga moral. La valoración por el trabajo, por obrar honestamente, el respeto por igual, el valor de la verdad y la necesidad de ser sincero, dejar fluir lo que uno piensa. Eso no podía entrar ni siquiera en tratativas con una época que nos dejó hasta hoy la impresión clasemediera de que "el boludo es el que devuelve la billetera".
     Por esas épocas me empezaron a llevar a una escuelita de fútbol; otra moda, pero sobre un motivo que en estas tierras tiene como cien años. Era por la tarde, y tipo ocho me venía a buscar mi viejo, o mi madre en un remís. En uno de esos regresos, el remisero que ese día nos tocó en suerte ostentaba orgullosamente su nuevo auto: un Renault Twingo. Un móvil acorde a la época, que venía a romper las estructuras de los autos tradicionales, cuadrados. A los pocos metros de andar, el buen hombre lanzó una pregunta inocente, entusiasta. "Me lo compré ayer, ¿les gusta?". El tipo estaba orgulloso, seguramente habría realizado muchos esfuerzos para tener ese móvil que al fin y al cabo era su herramienta de trabajo. Y ni se imaginaba las conjeturas culturales que se desarrollaban en mi casa.
     Era mi momento. La oportunidad única de demostrar adhesión certera, hasta ahora tácita, a todos los estandartes esgrimidos por mis padres, era la pequeña forma de demostrarles que yo era uno de ellos, que me parecía así como opinaban ellos casi todos los días. Mirando el panel frontal del auto, lleno de perillas y botones multicolor, sentencié "No, es horrible, la verdad, se parece a un lavarropas, ¿no mamá?". Porque esa última pregunta pretendía confirmar que la frase era una batalla ganada, o algo así. Pero, como la vida no es matemática, mi madre lanzó un aleccionador "FEEERRRNAAAANDO, ¿COMO VAS A DECIR ALGO ASÍ?", no sin ruborizarse, está claro. Como si le hubiese lanzado un escupitajo al señor. Y no entendí, en ese momento, el por qué de la cagada a pedos, si yo había sido sincero y encima, opinaba igual que ellos, porque de la cabeza no me sacaba nadie que mi vieja también lo pensó, pero no lo dijo.
     Me faltaba aprender algo más todavía, que un tiempo después entendí: "Si no tenés algo amable que decir, mejor no digas nada". Y hoy, aunque no creo que se pueda aplicar esta frase en todos los órdenes de la vida, tampoco tiene demasiado sentido la honestidad brutal y absoluta, por lo menos para con ese tipo que no le había jodido las bolas a nadie, ni siquiera palabras en inglés tiraba.

2 comentarios:

  1. Este texto me recuerda a un insulto que tiró una vez un hincha: "Patiño, sos mas feo que un twingo"...
    a tu salud!

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  2. gracias por la lectura regalda, la disfruté y la pensé. Me la llevo. Saludos.

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