“Las minitas aman los
payasos y la pasta de campeón” Carlos
“Indio” Solari
Estamos frente a una sociedad minita. Desde el amparo del
mundo de las oportunidades, de los últimos trenes, vivimos pensando en obtener
el mayor rédito de las ocasiones, sacarle el jugo hasta a las piedras y obtener
el máximo potencial posible a partir de ellas. En esa carnicería de ideales en
la cual se vuelve la competencia, a la picadora de carne entran las relaciones
humanas. En este contexto de racionalidad por sobre sentimentalismos, éstos
últimos pasan a ser fichas del juego de las oportunidades. Qué sentimiento nos
deja mejor parado ante alguna eventualidad. Cuál causa mayor consenso. Como si
los sentimientos, como si las reacciones, fueran cuestión de sometimiento a
mayorías. Algo tan propio, tan genuino y tan indeleble.
Tengo asumido, previamente, que el poder de distinción entre
las personas no es el conocimiento, no es la audacia, no es el éxito relativo,
sino el poder para sentir algunas cosas. A partir de allí los caminos siguen
una traza más o menos coherente, y las relaciones entre pares, arriesgo a
decir, son fruto de determinada empatía de cómo refleja el alma de cada una la
reacción ante la realidad. Entendido esto, no es muy difícil pensar que la ruta
de ambos tenga puntos de contacto, dándole existencia a las anécdotas o a las
vivencias.
Ahora bien, este estado de Grand Prix de SEGA constante nos
somete a la horrorosa tarea de impostar los sentimientos si fuera necesario. Y
entonces, descubrimos que empezamos a construir relaciones a partir de lo que
nosotros creemos conveniente; es decir, qué nos puede dar el otro para avanzar
cinco casilleros en el juego de la oca. No se mide lo más noble del ser humano
sino lo más beneficioso en provecho propio.
En este lodo nos hemos metido y desde aquí resulta muy
difícil, hasta imposible, en ocasiones, intentar hacer un juicio propio de
valor si es que utilizamos como parámetro lo que vemos de los demás. Llegado a
este punto sólo queda tener el valor de sostener el dictado de la íntima
consciencia y obrar en tal sentido, no dejándose vencer, y confiando sin
especulaciones, pero sin dar concesiones.
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