viernes, 17 de febrero de 2012

Los populares

En el día de ayer, a raíz de una cuestión estrictamente operativa, se me ocurrió pensar que siempre que intentemos separar en tópicos a un producto cultural (sea cual fuere, un lavarropas o una crónica), por más amplios o estrechos que consideremos los límites, siempre nos va a quedar algo en el baúl de los inclasificables, o el de los que no es posible definir con sólo un parámetro. Y que este rasgo lleva inequívocamente impregnada, por una cuestión de causa-consecuencia, nuestra siempre imperfecta condición humana. Sin embargo insistimos en catalogar, en definir, en dar juicio, de la misma manera que buscamos la perfección.
En el ámbito del arte vernáculo, o más precisamente, de la música, existe la propensión a incluir a las producciones (casi como una necesidad) dentro o fuera de "lo popular", con fuertes aristas sociales y políticas, y, como si la definición en sí fuera concluyente, se tiende a dividir aguas y a esbozar análisis categóricos en base a esto. Es entonces que nos encontramos con que el grado de valoración que se puede tener por un artista, depende de su aceptación masiva, y hasta de qué sectores viene la misma, dejando así de lado todo tipo de crítica al arte en sí, cuestión tan subjetiva como el pensamiento mismo. Nos encontramos, por lo tanto, con que a los Redonditos de Ricota se los debe respetar (dicen sus seguidores) o se los debe despreciar (dicen sus detractores), por la misma causa: su adhesión popular.
Existe un correlato político y social que tiende a ligar sectores o clases con gustos. Desde esta óptica, se "deben" tener en consideración expresiones que estén ligadas a sectores de bajos recursos (los barrios) por esa simple condición, para entonces pasar a ser "populares". Por otro lado, esta misma corriente sugiere que, por ejemplo, Luis Alberto Spinetta no podría estar en este grupo, por oposición a los argumentos anteriormente expuestos. Y es entonces, que se deja de considerar al arte en sí, para terminar dirimiendo la cosa en una cuestión de lucha de clases de cabotaje. Se anula el debate genuino, teniendo en cuenta además la complejidad de sectores entrelazados que componen nuestra sociedad. Además, resulta profundamente prejuicioso apuntalarle valoración a una expresión según quién la escucha, asumiendo entonces que no podría valerse de su propio peso cultural, en el peor de los casos. Peor aún, se llega a la canallada de considerar, desde afuera, la validez artística de un estilo casi por caridad ("Escuchan cumbia, es lo que tienen a mano, no escucharon Abbey Road, hay que respetarlos"). Otro preconcepto grave es el de considerar que si sos de Belgrano no vas a escuchar Damas Gratis y si sos de Budge no vas a escuchar Jamiroquai. Volvemos a lo mismo. Se confunde respetar un gusto, un criterio, con compartir el juicio artístico, y cuando éste último asoma, se lo confunde con una cuestión de clase.
También existen otros tópicos, ligados a la lírica, a la cantidad de acordes, a lo que dicen, a lo que no, desde los cuales se pretende valorizar una producción. Terminan chocándose con la subjetividad misma.
Desde mi punto de vista, sería más loable empezar a analizar lo popular, ya que vamos a seguir tercos en esta tarea de clasificar las cosas, desde la cuestión de la genuinidad o la producción industrial. Aquí me puedo parar para considerar a La Nueva Luna de un lado, y a los Wachiturros del otro. O a PEZ de un lado, y a Tan Biónica del otro. Esto es, que quien se anime a ser intérprete de una obra, tenga en claro que lo que está haciendo parte de la propia voluntad de expresarse, sea como fuere, y no de cuestiones secundarias. Y esto es popular porque parte de la necesidad humana básica de canalizar algo y de poder plasmarlo, necesitando a su vez de otros humanos que sean receptores de esa expresión. Aquí también, lo que nos hace humanos es la cuestión de movernos en sociedad. Lo otro es necesidad de lucro por encima del arte, sea Michel Teló o Palito Ortega.
Al final de cuentas, vamos a cargar nuestro mp3, vamos a sintonizar la radio o vamos a tocar en un instrumento lo que a nosotros nos guste y creamos entender. Lo importante pasa por el respeto ida y vuelta, compartir criterios y gustos, respetando disidencias y, sobre todo, creciendo. Las rivalidades, la cuestión de clase, los factores externos al arte, siempre han sido carne de catalogamientos, independientemente de los estilos.
En los albores del siglo XX se consideraba al tango como música de barrios bajos. Hoy Macri dice que es la soja de los porteños. Las cosas tienen movimiento.


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